La actriz Conchita
Montes se preguntaba en cierta ocasión cómo habría sido Domingo de carnaval (Edgar Neville,
1945) de haberla podido rodar en color. Una de las posibles respuestas a esta
cuestión está en Doña Francisquita.
Vajda, recluido en el estudio, en los por otra parte suntuosos decorados de Sigfrido
Burmann, no puede fotografiar el “aire” velazqueño de Madrid, el perfil goyesco
de la ciudad desde la pradera de San Isidro. Pero busca igualmente la
inspiración en la pintura de Solana. El tercer acto se inicia con una explosión
de máscaras. Es un nuevo trampantojo, porque, situados ante el escaparate del Bazar
Moderno creemos estar ante muñecos inanimados. Al comenzar la música los
fantoches cobran vida, rompen el cristal del escaparate y saltan a la calle. ¿O
han roto la pantalla y saltado al patio de butacas?
El carnaval llamémoslo
culto y el popular se superponen. Los dominós y antifaces del baile del Teatro
de la Cruz se dan de manos a boca con las destrozonas expresionistas en cuanto
salen a la calle. En un ventorro, Aurora pide que alguien la saque a bailar la
mazurca. Lorenzo, se ve obligado a dar la cara –“ya veremos cómo me la
devuelven”-. Fernando se ofrece a bailar con la actriz. Una vez más el destino
sigue su curso sin someterse al dictado del libreto. El que debería enfrentarse
a Lorenzo, es don Matías. Cardona aconseja al padre de Fernando que saque a
bailar a doña Francisca y Francisquita se embriaga. El brindis “por la juventud
que triunfa” se convierte en un amargo sarcasmo.
—¡El final del libro! Pero en la vida… En la vida, el final es otro.
—¡El final del libro! Pero en la vida… En la vida, el final es otro.
Y la historia acaba mal,
como en la vida. La película, no. Porque aún queda un último tramo; sólo que
nadie puede asegurar que no sea el sueño de Francisquita. El último sueño
teñido de pesadilla con el sabor amargo del aguardiente. Las parejas bailan
como al ralentí, al ritmo de la música de un organillo averiado. Luego
desaparecen para dejar sola a Francisquita que asiste aterrada al dueto de
Fernando y Aurora: “¡Escúchame!”. Los rebordes del objetivo cubiertos de
vaselina, al modo del cine silente, subrayan el efecto irreal de toda la
escena. Lambertini aparece en los lugares más inopinados como un muñeco de
resortes, dirigiendo la invisible orquesta. Francisquita quiere escapar y las máscaras
del “Disparate de Carnaval” de Goya la rodean. La escena, llena de colorido hasta
el baile del Teatro de la Cruz, se ha teñido ahora con la paleta sombría de
Solana. Un ballet expresionista, grotesco y terrorífico da cuerpo al miedo de
Francisquita. La aberración fotográfica da paso a una iluminación con dominante
roja y a efectos de montaje con primeros planos de las máscaras puntuados por
explosiones. Las destrozonas la persiguen hasta una calle al final de la cual
un arco da paso a un jardincillo. Hasta ahora el jardín ha sido en la película
la localización del sueño y éste está absurdamente desierto. Vajda refuerza la
sensación de transición entre dos mundos utilizando una disolvencia en la
sutura de dos planos que podrían haber funcionado perfectamente mediante un
corte en raccord de movimiento. La
música cesa; se hace el silencio.
Francisquita tropieza. Fernando la ayuda a incorporarse. Cae entonces la
peluca. Ella le pregunta directamente si es él o una máscara. Vajda ya ha
jugado con esta ambigüedad en el baile del Teatro de la Cruz cuando los ha
reunido… en el reflejo de un espejo. Fernando asegura que es él mismo, pero
nada nos asegura que no sigamos en la ensoñación de Francisquita. La transición
podría haber tenido lugar entre la pesadilla y la realidad, pero también, una
vez superada la catarsis, entre la pesadilla y el sueño. Francisquita le
declara su amor.
—Mañana, cuando estés serena, ¿me repetirás lo mismo?
—Mañana y todos los días de mi vida.
—Mañana, cuando estés serena, ¿me repetirás lo mismo?
—Mañana y todos los días de mi vida.
Irrumpen entonces en el
sueño don Matías, Francisca y Cardona. El padre de Fernando asume su derrota y
la pareja joven se aleja, las manos enlazadas, atraída por el eco del “canto
alegre de la juventud que triunfa”.
—Como en el libro —afirma Francisquita.
—¿Qué libro? —pregunta perplejo don Matías.
—Éste… Doña Francisquita. Final del tercer acto —remata Cardona.
—Como en el libro —afirma Francisquita.
—¿Qué libro? —pregunta perplejo don Matías.
—Éste… Doña Francisquita. Final del tercer acto —remata Cardona.
Por fin el argumento de la película se ha
adecuado a lo prescrito en el libreto. El sueño de Francisquita y la zarzuela,
ambas ficciones, son una misma cosa.
Doña Francisquita (1952)Intérpretes: Mirtha Legrand (Francisquita), Armando Calvo (Fernando), Antonio Casal (Cardona), Manolo Morán (Lorenzo, el empresario teatral), Emma Penella (Aurora “La Beltrana”), Julia Lajos (doña Francisca), José Isbert (maestro Lambertini), Jesús Tordesillas (don Matías), Antonio Riquelme (Pepe, el pastelero), Juana Ginzo (la amiga de Francisquita), Ángel Álvarez (un espectador en el Teatro de la Cruz), José María Rodríguez (camarero del quiosco) y el Ballet de Marianela de Montijo y la voz, en las canciones, de Marimí del Pozo (doña Francisquita) y Lily Bergman (doña Francisca).
Productora: Producciones Benito Perojo (Madrid)
Director: Ladislao Vajda.
Fotografía: Antonio L. Ballesteros.
Color por Cinefotocolor. Normal. 86 min.
Estreno: Valencia: 22 de diciembre de 1952; Madrid, Rialto: 2 de febrero de 1953; Barcelona, Montecarlo y Niza: 12 de febrero de 1953.
No hay comentarios:
Publicar un comentario